«¡Queridos hijos! La razón por la
que estoy entre vosotros, mi misión, es ayudaros a que venza el Bien, aunque a
vosotros ahora eso no os parece posible. Sé que muchas cosas no las
comprendéis, como tampoco yo comprendía todo, todo lo que mi Hijo me enseñaba
mientras crecía junto a mí, pero yo creí en Él y lo seguí. Eso mismo os pido a
vosotros, que creáis en mí y que me sigáis. Pero, hijos míos, seguirme a mí
significa amar a mi Hijo por encima de todo, amarlo en cada ser humano, sin
distinción. Para que podáis hacerlo, os invito nuevamente a la renuncia, a la
oración y al ayuno. Os invito a que la vida de vuestra alma sea la Eucaristía.
Os invito a ser mis apóstoles de luz, que en el mundo difundiréis el amor y la
misericordia. Hijos míos, vuestra vida es solo un abrir y cerrar de ojos hacia
la vida eterna. Y cuando vosotros lleguéis ante mi Hijo, Él verá en vuestros
corazones cuánto amor habéis tenido. Para que podáis difundir de la mejor
manera el amor, yo le pido a mi Hijo que, a través del amor, os conceda la
unión por medio de Él, la unidad entre vosotros, la unidad entre vosotros y
vuestros pastores. Mi Hijo siempre se da de nuevo por medio de ellos y renueva
vuestra alma. Eso no lo olvidéis. ¡Os doy las gracias!»